jueves, 17 de agosto de 2017

Los demonios amarrados

Quien no se puede mover, quiere que el mundo pare.

Que las plantas no respiren, que la médico no opere, que el escritor ya no escriba y hasta que el gato no huya por las noches.

Solo los vivos inertes, rodeados de lacayos, desean, con rabia incontrolable, que las sombras del pasado no se muevan sin permiso. El poder los embriagó y viven una permanente resaca en donde las neuronas solo son vacacionistas.

Los demonios amarrados a la pata de una cama o al trono de una reina, tienen miedo de moverse porque saben que dependen, no de ayuda, sino de valor para enfrentar al espejo de su triste vanidad; a la ventana del interior que esta con la cortina cerrada, por temor a conocer el propio vacío.

Tienen miedo de moverse, pues se dieron cuenta de que larga es la cola que tienen pegada con envidia; que son prófugos de sí mismos y que están atrapados por sus culpas.

Tienen miedo de sembrar porque no son capaces de tirar a la basura el resto de la mala semilla que aun queda. No se dan cuenta de que siguen comiendo el mismo veneno que les nutre. Se olvidaron que regaron la maldad en patio ajeno.

Tienen miedo que otros se muevan, porque no son libres, porque no tienen un espíritu que vuela, porque no saben que la libertad es el mejor grillete del que ama. Porque dando cuerda al reloj del universo, el tiempo se les pasa.

Tienen miedo a ser felices porque no confían en su tranquilidad, no la pueden comprar con la única moneda que conocen.

Tienen miedo a la vida, porque cobran el peaje de un destino equivocado, porque coleccionan embustes y mentiras. Porque no saben declamar, porque a la vida se le canta con acciones de las que no se cotizan en las bolsas de comercio, aquellas de gestos con amor que solo se derraman cuando se tiene el verdadero sentido de existir.

Por eso pido por los que no se mueven, por miedo o cobardía, para que puedan gozar, un día al menos, con la bendición de ser distintos; de ser exonerados de sus culpas, sin olfato desde luego, para no descubrir la estela que dejan a su paso.

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