2 de diciembre de 2014
Me informan que mi suegro falleció. Nada fuera de lo normal, si tomamos
en cuenta que tenía 74 años multiplicados por tres. Vivió como quiso y al final
como pudo. Y digo esto, con respeto, porqué sufrió un atentado hace años y
perdió un brazo, una pierna y un ojo.
Esa agresión, aunada a su desenfreno en años de juventud, le trajo
complicaciones que no dejaban de dar molestias y por tanto, le dificultaban su
existencia diaria. Pero, ahora, ya descansa.
Su vida no fue nunca fácil. Le gustaban los enredos y se hablaba de tú
con la muerte, a quien le caía bien; por eso no es difícil de entender que lo haya
rechazado, en al menos, tres ocasiones.
Podría decir que fue un sujeto normal, pero estaría faltando a la
verdad. No puede ser común y corriente, un personaje como el zorro (así le
decían).
Tampoco es candidato, para emular sus andanzas. Pero sirve de mucho
reflexionar sobre ellas.
En un absurdo, de esos que se le ocurren a la vida de vez en cuando,
ahora que no existe, lo voy a conocer mejor. No tuve la oportunidad de verlo en
persona.
Pero bueno, que me queda otro suegro, me dicen. Que tampoco conozco
personalmente, pero si lo he visto en publicaciones, cantidad de veces.
También, su salud no es de primera, aunque no tiene faltantes físicos, que al
menos se noten a primera vista, ya los tiempos aquellos de cacerías, de todo
tipo, han quedado lejos.
Soy un tonto distraído, pues se me olvido explicar el por qué tengo dos
suegros, bueno hoy solo uno… Y también dos suegras.
Mi mujer, me dicen, tiene unos padres biológicos que decidieron pedirle
a una pareja de jóvenes, hace más de medio siglo ya, que cuidaran a la nena. Esos
irresponsables no afrontaron su destino y, como en la edad media, por decreto
real, dictaminaron castigo, sin pensar en las consecuencias.
Hoy, Víctor Eugenio Ried Freyre, el suegro legal, yace. Mi suegra legal,
Mónica Inés Cumar Camús, debe estar triste y digo debe estar, porque hace
semanas no sabemos de su paradero.
Mientras, mis suegros, los biológicos, siguen imitando a Charlot. Aunque
se les olvida que ya no tienen edad y en una de esas, se les puede caer el
mundo encima.