En la banca, Rosa María.
El título me hizo recordar algún deporte,
pero el asunto no tiene nada de ese tema, por el contrario, ha sido lo más antideportivo que se pueda entender. Pero, déjeme explicar el porqué,
de la evocación.
Todos alguna vez hemos asistido a un acontecimiento
de esa naturaleza, ya sea en persona o a través de algún medio de comunicación.
Antes de comenzar el evento, se informa la lista de los participantes y al
final, la de los reservas. Aquellos que ocuparán la banca, para cualquier
emergencia en la que se necesite sustituir a un compañero.
No crea que los renglones anteriores son
de paja. Ellos abrazan el tema de que me ocupo.
Como en casi todos los asuntos en que el
dinero se mueve como la rueda de una noria, y este lo es, la figura de un
banquero es imprescindible. Y aquí dejo muy claro que me refiero al doble
sentido del vocablo: aquel que se mueve en las finanzas y, el que esta presto a
la colaboración en las urgencias.
Esa es, en esta historia, Rosa María, o
si usted gusta pronunciarlo en otro idioma, Marie Rose. Los apellidos no es difícil
encontrarlos, pero hay que hacer un ejercicio de paciencia. Ponga usted una escalera
sobre un piso de billetes, de más o menos un metro de altura, y si tiene la
oportunidad de subir hasta los más elevados escalones, sabrá quienes son.
Pues bien, esta profesional del manejo
del dinero tiene un papel destacado en el drama que he venido narrando a
través de los escritos aquí guardados. Pero, a pesar de la importancia de su
función, a ella le ha gustado siempre mantener un perfil de bajo relieve. Tal
como lo hace la reserva de un equipo que, cuando lo necesitan, se descubre cual
estrella.
Ella, sin temor a exagerar, es una
constelación, pues ha realizado trabajos dignos de aplauso durante varias
décadas. Y mire que si no, porque coser el mundo de las empresas y que no se
note la puntada, no debe ser fácil. Hacer magia en los contratos; enredar
clausulas; sustituir una cosa por otra, no es tarea para cualquier mortal. Eso
lo hace, solamente, un diplomado en el arte de la mendacidad. Qué, entre otras
cosas, es requisito indispensable para ingresar al grupo que nos ha martirizado
durante casi siete años.
Y no crea que me sirvo del lenguaje de la
víctima, que tantos bonos acarrea. Lo expreso con la mayor seriedad. Es la manera
que se ha empleado para evitar que podamos sobrevivir.
No tan solo se conforman con impedir que
los cheques de mis pagos salgan, con retraso de seis años. Hoy, llegan al
extremo de no permitir que mi mujer disponga de sus bienes. Como escuchan
nuestras llamadas, amenazan a las personas con las cuales ha intentado vender
algunos muebles o pedir un crédito. Por esa causa, hemos pasado hambre y sed. Cuando
nos deben mucho dinero.
Ese es el ángulo de supremacía de estos
cobardes. Con la manivela de su gran poder, hacen lo que necesitan en los
bancos y con los gobiernos del mundo. Presidentes y primeros ministros de
muchos países, lo saben, conocen sus alcances y debieran testificarlo.
Solo los miserables, inoculados con la
perversidad más espantosa, acceden a emular acciones que han sido condenadas
por muchas naciones.
La señora a que me refiero, pertenece a
una comunidad que estaría indignada si se entera qué, ella, hace lo mismo que
les hicieron a sus antepasados. No dudo que sería repudiada.
Destruir hogares sembrando terror; espiar
en el teléfono, en la computadora y vaya usted a saber si por satélites, que
los tienen bajo su poder.
Devastar la salud, física, emocional y psicológica,
mediante la multiplicación de engaños.
Arruinar vidas, como si fueran los
creadores de ellas, por el único motivo de no pagar lo que deben y no regresar
lo que han malversado por años, no es una estrategia sino un estilo de vida.
Al
fin y al cabo, ellos son, una simple simulación de seres humanos.