jueves, 24 de agosto de 2017




Todo un teatro

Son las seis de la mañana, estoy despierto. 

Soy muy afortunado y agradezco, a quien se tenga que agradecer en estos casos, el que pueda saber por adelantado como será el día que está comenzando: exactamente como el de ayer; una copia del de anteayer, el hermano gemelo del de la semana pasada e igualito al de hace un mes. Y no es porque me lo haya pronosticado “Tu día”, la columna de la revista quincenal a la que estaba suscrita doña Helena, de un apellido impronunciable, que supongo era la anterior moradora del apartamento en donde vivo. Ni tampoco, porque la señora Claudia, la propietaria del café (en donde hacen el mejor pan que probé alguna vez), me lo adelantara con la precisión de su tarot. No.

Simplemente es por costumbre que puedo adivinarlo, pues lo se de memoria. 

Soy un actor que dentro de poco cumplirá nueve años, interpretando el mismo papel en la misma obra. Y como no existe un catálogo de embustes tan extenso, ni otro personaje que pague al trabajar, el final está llegando. Lo huelo, lo percibo, lo siento.

El problema no es mío, es de los propietarios de la institución que trabajan en familia: la escritora, el escenógrafo, los tramoyistas, el ingeniero de sonido, el de las luces, la maquiladora y hasta quien vende los boletos. Todo un clan de triunfadores. Pero no saben que hacer, como bajar el telón, por más insinuaciones mías, pues veo que pierde fuerza lo que hago, no quieren pagar mis honorarios.

El asunto es que fui un tonto com exceso de confianza, pues quien me represento en la cuestión del dinero, fue mi mujer, que nunca imagino ser, la hija de los dueños del teatro.

Ella, también, esta aburrida porque todas las mañanas sabe como será el día que comienza; como el café de las últimas semanas, sin azúcar y sin leche.

lunes, 21 de agosto de 2017




Inocentes tramposos

Ignorantes de la vida que mienten a la historia y no piensan que el tiempo de vez en cuando se enoja, como cualquiera de nosotros. Furioso levanta los brazos y sus aspavientos hacen volar las hojas mal escritas.

Ingenuos que creen descargar la consciencia eliminando al adversario. 

Que la complicidad es solo de momento y ese instante se puede rayonear, como si un destino lleno de errores pudiera presentarse en limpio.

Inocentes tramposos que confunden un hoyo con un cráter, que a la injusticia le dicen solución y a la cobardía la ven cada semana. 

Humillar para ellos es costumbre y la ambición, su destino se tragó. Entonces se dan cuenta de que, demás, no sirve en lo importante, pues cualquier segundo de verdad los pone de cabeza en un soplido.

Son fanáticos del oro y de coronas; de joyas y diamantes, de castillos y pinturas, de todo aquello que limpie lo pasado y lustre el porvenir. Es la gran defensa que destila el pecado en sus entrañas, porque los años con el polvo, tejen eslabones que producen el milagro: dejar a punto la cosecha del engaño.

jueves, 17 de agosto de 2017

Los demonios amarrados

Quien no se puede mover, quiere que el mundo pare.

Que las plantas no respiren, que la médico no opere, que el escritor ya no escriba y hasta que el gato no huya por las noches.

Solo los vivos inertes, rodeados de lacayos, desean, con rabia incontrolable, que las sombras del pasado no se muevan sin permiso. El poder los embriagó y viven una permanente resaca en donde las neuronas solo son vacacionistas.

Los demonios amarrados a la pata de una cama o al trono de una reina, tienen miedo de moverse porque saben que dependen, no de ayuda, sino de valor para enfrentar al espejo de su triste vanidad; a la ventana del interior que esta con la cortina cerrada, por temor a conocer el propio vacío.

Tienen miedo de moverse, pues se dieron cuenta de que larga es la cola que tienen pegada con envidia; que son prófugos de sí mismos y que están atrapados por sus culpas.

Tienen miedo de sembrar porque no son capaces de tirar a la basura el resto de la mala semilla que aun queda. No se dan cuenta de que siguen comiendo el mismo veneno que les nutre. Se olvidaron que regaron la maldad en patio ajeno.

Tienen miedo que otros se muevan, porque no son libres, porque no tienen un espíritu que vuela, porque no saben que la libertad es el mejor grillete del que ama. Porque dando cuerda al reloj del universo, el tiempo se les pasa.

Tienen miedo a ser felices porque no confían en su tranquilidad, no la pueden comprar con la única moneda que conocen.

Tienen miedo a la vida, porque cobran el peaje de un destino equivocado, porque coleccionan embustes y mentiras. Porque no saben declamar, porque a la vida se le canta con acciones de las que no se cotizan en las bolsas de comercio, aquellas de gestos con amor que solo se derraman cuando se tiene el verdadero sentido de existir.

Por eso pido por los que no se mueven, por miedo o cobardía, para que puedan gozar, un día al menos, con la bendición de ser distintos; de ser exonerados de sus culpas, sin olfato desde luego, para no descubrir la estela que dejan a su paso.