27 de febrero 2015
Hay que cuidar al rey...
En el maravilloso juego de ajedrez,
cualquier movimiento redundará para bien o para mal en la pieza más delicada
que hay que cuidar: el rey. Igual que en la vida cotidiana, lo que hagamos,
bien o mal, impactará, posteriormente, nuestra existencia.
Anteayer tuve la oportunidad de vivir una
experiencia única, pero decepcionante. Aun así, me considero afortunado por la
vivencia.
Durante los últimos seis años con seis
meses, he sido rodeado por personas sin escrúpulos, con la determinación de
enredarme con mentiras sin sostén alguno. Los contratos que se firmaron por los
primeros textos de mi autoría, no son otra cosa que un oportuno escudo que han
utilizado los delincuentes que bloquean mis pagos hasta el día de hoy. Las
causas aún no las sé, exactamente. Es como cuando el adversario mueve
extrañamente un alfil y uno no se explica la razón de fondo. Aunque a veces al
siguiente movimiento deja ver algo de ello.
Han hecho de nuestra vida un manicomio
con tanta treta envolvente. Que si ya nos pagan, que si la próxima semana.
Siempre con falacias rellenas de actualidad.
Dentro de esos embustes existe una
variedad que se cocina aparte: las llamadas de personajes variados. Es
increíble que personas poderosas, sumamente conocidas, y que yo tenía en un
concepto de admiración, se hayan prestado a representar el papel de idiota en
una farsa que deriva del manantial de la codicia al más alto nivel NO
intelectual.
Representaciones que seguramente en sus
estrenos rindieron dividendos jugosos que han pasado a formar parte de la
estructura, de instituciones, que tienen bien ganado el repudio de gran parte
de la población mundial. Métodos añejos que han sobrepasado su fecha de
caducidad y que en el momento solo les produce, ansiedad, dolores de cabeza y pérdidas
enormes de su plasma favorito: el dinero. Sin embargo, negando lo evidente, el
paso del tiempo, aferran en sus joyas la piel decrepita que los desnuda.
Son estas entelequias las que elevan el estiércol
al grado de manjar; aquellas que mandan esculpir en sus paredes que el dos
será, antes que el uno; las que no entienden que la existencia fundamental de
la creación es el hombre.
Por ello mueven a los reyes, como si
fueran peones. El caballo, ya viejo y cansado, no salta. Sus torres tienen
goteras; sus alfiles siguen avanzando de lado, pero se equivocan de color. Y
sus reinas, enloquecieron, pues exponen al rey, aunque sea de otro vecindario.