miércoles, 11 de marzo de 2015

Solo Dios.






Solo Dios.

Leo con estupor, una noticia recién salida en los diarios españoles: El Tribunal Supremo rechaza la demanda de paternidad contra Don Juan Carlos. La decisión fue tajante, pues el resultado de la votación fue de siete contra tres. 

La persona que pidió la prueba del ADN, fue la señora Ingrif Jeanne Sartiau, de nacionalidad belga. 

Anteriormente, el mismo tribunal desestimó otra demanda presentada por el catalán Alberto Solá, que asegura ser el primogénito de Don Juan Carlos.

Y me pregunto, ¿Cuantos problemas deben de pasar esas personas, que necesitan acudir ante la alta institución de justicia, para exigir el derecho de conocer la verdad? ¿Cuál es en el fondo lo que les mueve?

Me imagino que los trámites judiciales deben ser muy lentos e implican costos muy elevados, no tan solo en el aspecto económico, sino en lo moral y en lo emotivo. Una persona que se atreve a un reclamo de esta naturaleza, sabe bien lo que encontrará en su camino.

No pienso que sea el ganar quince minutos de fama lo que impulse a un simple mortal, a dejar la tranquilidad del anonimato, para siempre. Debe de existir algo más allá, de lo que nos permite hacer valoraciones a la ligera.

Descarto que sea por dinero. Es bien sabido que Don Juan Carlos, fue bendecido con el don de la simpatía y no con el de la multiplicación. Es más, antes de abdicar, se publicaron los presupuestos y gastos de la familia real. Y la verdad, son modestos, para toda la parafernalia que se requiere, en esos ambientes. 

Entonces, ¿Qué es lo que llevó, a estas dos personas a exponerse a todo tipo de mal trato? 

Pienso que los tres ministros que le dieron la razón a la señora Ingrif, consideraron esa valentía como parte del argumento expuesto. Bien sabemos que en este tipo de alegatos se abre la intimidad familiar y no debe ser fácil, referir pasajes de la vida de una madre que guardo un secreto por décadas.

Entiendo la parte del Tribunal, que es obvio, cuidó del monarca. ¿Pero de verdad vale tanto una imagen, como para agredir al Derecho, arrojando la ética al bote de basura? Un copo de algodón, no significa una sentencia. 

En este siglo, en que la tecnología abre los cofres y las conciencias, la historia no se puede ocultar,  más, en esos muros gruesos de la arrogancia. 

¿Por qué temer al resultado? ¿No sería bueno que las monarquías demostraran que son de carne y hueso?

Los seres humanos, les recuerdo a Don Juan Carlos y a los siete magistrados, que también lo son, tenemos miedo a la justicia divina. Que no es otra cosa, que las cuentas que se tienen que cuadrar con el destino.

Ya pasó el tiempo de los abuelos, en que solo Dios sabe, era la respuesta predilecta. La sociedad requiere de información verdadera, digna de los actuales tiempos.

El mundo vive una crisis de impunidad y la estamos heredando, sin decoro, a los que decimos amar. Y gran parte de esta ruina moral tiene su origen en los hombres del poder. 

Por lo tanto, tiene usted, enfrente, Don Juan Carlos, un regalo de la vida. Será el primero en demostrar que el cinismo no es la doctrina a seguir. Convierta un pedazo de algodón, en un rasgo de leyenda. Hágase la prueba y deje constancia que está en paz con Dios, porque en su caso, ya se ve, es el único que lo puede juzgar.


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